jueves, 25 de agosto de 2011

Crónica de un viaje anunciado (I)

24 de agosto de 2011

La alarma suena a las 7, aunque llevo un rato sin poder dormir. Me levanto a regañadientes y me ducho mientras mi hermana intenta sacudirse el sueño de encima. Terminamos de prepararnos y esperamos a mis padres. Cuando ellos también están listos cogemos todos los trastos, cerramos las habitaciones y bajamos a la puerta del hotel a esperar el autobús. La espera es corta pero se me hace eterna.

El autobús nos recoge y nos deja en la T4 sobre las 8 y cuarto, tenemos tiempo de sobra. Nos movemos a través del laberinto que es esta terminal y llegamos a los mostradores de facturación. Hay una pequeña cola delante, pero nada comparado con la cola que se forma detrás al poco tiempo de estar esperando. Cuando toca mi turno le entrego la reserva, y pongo la maleta en la cinta: pesa 20 kilos y medio por lo que respiro aliviado, no me he pasado del peso permitido. Se llevan la maleta y con las tarjetas de embarque en la mano bajamos a desayunar. Un zumo de naranja y un cruasán es todo lo que mi estomago encogido puede aceptar. 

Terminado el breve desayuno subimos de nuevo y nos dirigimos a la zona de seguridad. Este es un momento importante, pues a partir de aquí tendré que pasar solo. Me despido de mis padres y de mi hermana, evitando romper a llorar pues de lo contrario sé que me costará el triple separarme de ellos, aunque nada pueda detener la humedad que cubre mis ojos. Finalmente me dirijo al control de seguridad y para mi alivio paso sin ningún incidente. Veo que mi familia todavía me observa y con un gesto de la mano les digo adiós por última vez, antes de dirigirme en busca de mi puerta de embarque.

La espera de nuevo se me hace eterna hasta que comenzamos a pasar y un autobús nos lleva hasta nuestro avión. En el viaje me parece ver que entre las maletas se encuentra la mía, lo cual me relaja bastante pues todos conocemos las probabilidades de que se pierda y si al menos va conmigo en el primer avión me evitará bastantes quebraderos de cabeza. Una vez en el avión, al lado de la ventanilla, me preparo para el que será mi primer viaje en avión. Este se empieza a mover a las 10:10 y da vueltas a toda la pista (mira que es grande) hasta que se coloca en posición para despegar. El avión acelera y yo me agarro a mi asiento fuertemente, pues no puedo evitar sentir un poco de miedo. De repente, comienza a despegar y una sonrisa asoma en mi cara ante una rara pero para nada desagradable sensación ante la gravedad que intenta retenernos. El avión sube cada vez más y el suelo se empequeñece, mientras los movimientos del avión me siguen produciendo esa sensación rara pero agradablemente. Finalmente la señal del cinturón desaparece y me relajo mientras por la ventana veo paisajes de ensueño.

Me encuentro suspendido en un cielo inmenso, azul allá a donde mires, mientras por suelo observo una capa blanca y, aunque la comparación esté muy gastada, increíblemente parecida a algodón. En algunos momentos es un delgado manto blanco con hondonadas, montañas y numerosas esculturas que dan al paisaje un toque misterioso y mágico, pues otro mundo parece. En otros momentos el suelo se convierte en un denso mar de nubes, uniforme e infinito, jirones de niebla alzándose cual olas. Según nos acercamos a nuestro destino las nubes disminuyen en frecuencia y puedo ver un tablero de ajedrez a cuadros blancos y azules, pues sobrevolamos el mar. Diminutas islas rompen la monotonía del mar Báltico, parches de tierra en una inmensidad azul, mientras los barcos que veo parecen poco más que pequeñas txalupas.

Ya muy cerca de nuestro destino el avión comienza a descender lentamente. El suelo crece ante mis pies y las nubes nos rodean, deleitándonos con sublimes formas y esa textura algodonosa que tanto me fascina. Al cabo de un rato aterrizamos y el vuelo llega a su fin. Hemos llegado a Helsinki, primera parada en mi camino.

Continuará...



1 comentario:

  1. Tengo una amiga que acaba de volver de Finlandia. Al principio cuesta adaptarse, sobre todo por el frío. Ya que se te congela hasta el pelo.Aunque siendo chico del Norte no tendrás problemas y menos yendo en esta época. Luego te vas enganchando, la gente es maravillosa y la experiencia única. No te preocupes ni tú ni tus seres queridos. Se pasa rápido y cuando menos os deis cuenta ya estaréis de nuevo juntos. Cuando realmente quieres a alguien lo querrás aunque sea en la otra punta del mundo.
    Recuerdales...
    "Y si he de mover montañas que en mi mente no me dejen verte, mi amor las moveré"

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