Hay canciones que remueven sentimientos de lo más profundo del alma, aunque no siempre sean positivos. Pero es nuestra elección decidir qué hacer con los sentimientos que se producen en nuestro interior. Dedicado a la estrellita brillante que prende mi inspiración.
La tormenta y el búho
A
veces las nubes caen y la tormenta se acerca. Una angustia impenetrable
solamente iluminada por fugaces relámpagos de recuerdos ya envejecidos. Un
silencio enloquecedor solamente roto por los atronadores gritos de un alma
herida. Lágrimas de tristeza caen del cielo en un continuo diluvio de sueños
perdidos, mientras un viento cruel y desgarrador aúlla ese adiós que por
siempre se instaló en lo más profundo de mi dolor. Y resignado sucumbo ante la
furia de los elementos de mi desdicha…
Hasta
que un tenue sonido llama mi atención. Miro a mí alrededor y, en la oscuridad
de la tormenta, puedo percibir un ulular proveniente de una pequeña cueva
cercana, en la que no había reparado hasta ahora. Curioso, olvidada la tormenta
por un momento, decido investigar. Se trata de un pequeño escondrijo, lo
suficientemente grande como para que pueda caber por completo dentro. Una vez en
su interior, veo el origen del sonido: un pequeño búho que me mira fijamente,
irradiando curiosidad y… ¿satisfacción? Intento no moverme demasiado, pero el
pequeño animal no parece asustarse. Todo lo contrario, una vez que ya estoy
dentro de la cueva deja de ulular, cierra los ojos y se queda inmóvil. Es
entonces cuando me doy cuenta de lo cansado que me siento. Miro afuera y veo
que la tormenta sigue en todo su apogeo, pero aquí dentro al menos me encuentro
protegido de su azote. Tras murmurar un breve agradecimiento al búho que me
descubrió este refugio, me acurruco y caigo profundamente dormido.
Despierto
sobresaltado, sin saber muy bien donde me encuentro. Poco a poco los sucesos de
la noche anterior vuelven a mí. Miro a mi alrededor, pero no hay rastro ya del
pequeño búho. Un poco apenado por su ausencia, estiro mi cuerpo y decido salir
de la cueva. Para mi asombro, me recibe un cielo azul y limpio, el sol radiante
brillando con fuerza y un ambiente fresco pero revitalizante. Es cierto, se me
había olvidado: después de la tormenta siempre viene la calma. Y me doy cuenta
de que gracias al sabio búho he aprendido la lección de no tengo por qué resignarme
ante su azote, disponiendo de tantos refugios en los que poder guarecerme. Sin
embargo, la tormenta me había desorientado, y me hallo ahora sin idea alguna de
donde me encuentro. ¿Qué hacer? ¿Hacía donde debería dirigirme? La angustia por
encontrarme perdido amenaza con invadirme hasta que un nuevo ulular hace que me
gire hacia la entrada de la cueva donde, grabado en el suelo, puedo ver un
símbolo conocido. Sonriendo, respiro hondo y me tranquilizo. Miro otra vez el
hermoso día, y pienso que quizás no sea tan malo estar un poco perdido. Así,
lanzo un agradecimiento al aire y parto en dirección hacia lo desconocido,
deseoso de descubrir las maravillas que me deparará el nuevo día. ¿Mi guía? La
rosa de los vientos que el búho para mí dibujó.