sábado, 13 de agosto de 2011

La última primavera


Danzando en el aire, con suaves movimientos, una hoja intenta desesperadamente retrasar el inminente final. El viento es cómplice de tan acusado esfuerzo, mas la ingravidez otorgada no es más que un estadio pasajero y la hoja pronto descenderá para reunirse con sus hermanas, tapizando el suelo del bosque con bellos colores. Sobre esta alfombra otoñal un hombre camina sin rumbo fijo, observando el ocaso de los árboles desnudándose lentamente, preparados para el invierno que pronto ha de llegar.
Lejos queda el verano, cuando abrazado a ella disfrutaban bajo los rayos del sol, arropados por la tenue brisa marina. Cuando los pájaros les deleitaban con elaboradas melodías y envueltos en mantos de verde hierba se besaban con pasión. Atrás comienza a quedar el otoño, con su hermosa gama de colores intentando vanamente aliviar los corazones afligidos por una despedida anticipada, por su última promesa de amor eterno. Ahora los colores apagados y los pájaros enmudecidos anuncian el comienzo del invierno, al que solo se tendrá que enfrentar.
El tiempo pasa y el brillo del sol desaparece, oculto bajo un techo de nubes reacias a devolver a la tierra la luz robada. La nieve desciende con suavidad cubriendo la tierra con un manto de claridad inigualable, abrigando con su helado abrazo las ramas desnudas de unos árboles dormidos. El silencio le envuelve, sentado al abrigo de un encorvado roble, cansado ya de andar sin meta.
El tiempo pasa y él con su mirada perdida recuerda aquellos tiempos felices que nunca volverán. Todo le recuerda a ella. Su nívea piel presente en cada copo de nieve que al entrar en contacto con él se funde, arrebatándole parte de su calor. El viento susurrándole como ella le hacía en las noches en vela bajo la luz de las estrellas. Su tenue perfume flotando en el ambiente, ínfimo rastro de aquella esencia que le hacía soñar.
El tiempo pasa pero ya no existen sueños ni ilusiones, penas ni tristeza. Solo existe vacio, despojado de toda gana de vivir, esperando al único remedio que puede concebir. Aun en su refugio la nieve le cubre lentamente, mas él no parece notarlo. Espera pacientemente mientras el frío se apodera de su cuerpo y la llama que ella mantuvo encendida sucumbe ante la escarcha que invade cada rincón de su interior. La oscuridad se adueña de su alma mientras su cuerpo queda aprisionado bajo el hielo. Las fuerzas le abandonan, su mente se nubla.
A su alrededor el sol vuelve a brillar, de nuevo activo tras su letargo invernal. La nieve comienza a retroceder ante el feroz ataque de los aún débiles pero insistentes rayos solares. El hielo que lo aprisiona se derrite pero es demasiado tarde para él. Su corazón, exhausto tras una vida sin descanso, cede ante la tentación del sueño y cesa en su función. Su mente se hunde en las tinieblas de lo desconocido, lamentándose por no poder cumplir la última promesa que hizo. Pensando en ella se deja arrastrar por la fatiga de su alma y se despide para siempre. Es el final del invierno. Su último invierno.
Mas no todo es oscuridad. Su cuerpo no responde y su mente ha sucumbido a los embates del frío pero él continúa presente. Su alma, despojada de la carne que tanto le hizo sentir, se resiste a abandonar el mundo. Algo le llama, una figura translúcida susurra invitaciones que el viento, diligente en su labor, le hace llegar. Deja atrás su cuerpo inerte y avanza hacia la silueta, envuelta en una luz cegadora.
Cada vez más cerca, comienza a apreciar la sutileza de sus curvas y la palidez de su piel. Sus cabellos relucen dorados a la luz del sol. Sus ojos, pozos sin fondo, amenazan con ahogarle en un millar de sentimientos que creía perdidos. El tiempo pasado desde su último adiós no parecía haberla afectado, nada había cambiado en ella desde que entre lágrimas de él se despidió. Aún anhelante por acercarse a ella moderó su avance, temeroso de poder perderla en su precipitación. Alargo su mano y donde sólo aire e ilusiones rotas pensaba encontrar, acarició una mejilla suave y tibia. Sus brazos la rodearon en un cálido abrazo, sus labios se unieron en un profundo beso y ajenos a todo volvieron a amarse tras tanto tiempo separados.
A su alrededor la vida resurge tras la desaparición del hielo. Las hojas vuelven a adornar las desnudas ramas de los árboles. Los pájaros reanudan los recitales interrumpidos por el frío, deseosos de volver a componer la música de la vida. El color verde recubre de nuevo los campos y vistosas flores completan con sus pinceladas de variado colorido el cuadro más bello jamás pintado. Y el sol alumbra la unión de dos almas, alegres por poder cumplir su promesa de amor eterno. Es el comienzo de la primavera. Su última primavera, que nunca se marchitará... al igual que su amor.

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