martes, 16 de agosto de 2011

La foto


(Dedicado al Desconocido 9-8-2011)

La luna llena iluminaba una playa de blanca y fina arena, peinada por el viento, creador de extraños pero bellos paisajes sobre su superficie. Un mar negro bañaba el horizonte y su tenue murmullo arrullaba a un anciano sentado en un pequeño banco sobre el paseo. Sus ojos, húmedos por las lágrimas, buscaban desesperadamente en las profundidades de la noche pero sólo el resplandor de las estrellas devolvía su mirada.
Un año había pasado ya desde la muerte de la mujer a la que amaba. 57 años compartiendo caricias en aquel banco mirando al mar, donde un día se prometieron amor eterno. Mas la muerte los había separado y rota su promesa ahora el sólo esperaba el cese de su existencia y con ello la liberación del dolor y soledad que ahora lo ahogaban.
Lentamente, de su cartera sacó una pequeña foto y, como tantas otras veces, la observo con delicadeza. Era una foto vieja, amarilleada y maltratada por el tiempo. Una foto de una pareja de ancianos con semblante serio. La única foto de ambos juntos conservaba. No recordaba cuando se hicieron la foto ni el porqué de su seriedad, pero siempre lamentaba haber perdido para siempre la sonrisa que iluminaba su mundo, la sonrisa que le enamoró. Las lágrimas corrían por su cara, atravesando los surcos que el tiempo en su cara había cincelado. Caían lentamente y contra el suelo estallaban, rompiéndose cual sueños de un angustiado corazón.
Un leve susurro, transportado por una brisa consoladora, provocó el cese de su silencioso llanto. Desconocía cuanto tiempo llevaba sentado, pero ahora la niebla cubría el mar con su manto de algodón y lentamente avanzaba hacia la playa, avanzaba hacia él. Entre la densa bruma pudo ver una sombra bailar, figura borrosa que con un canto tenue pero alegre le invitaba a acercarse y con ella danzar. Hechizado, presa de un sentimiento indescifrable, se levantó y se adentró en la playa, en lo profundo del banco de niebla que con caricias y un frescor revitalizante le acogió. La arena crujía y se hundía bajos sus pies, cada vez más blanda y húmeda, hasta que sus pies entraron en el agua. Mas él siguió caminando, toda su atención centrada en la figura delante suyo, cada vez más nítida y en la voz que lo llamaba, cada vez más reconocible. Sentía el agua a su alrededor, cada paso que daba más cubierto quedaba por ella, pero lejos de suponerle una resistencia a su avance parecía más bien ayudarle a continuar. Ya nada podría detenerle. Por fin había encontrado lo que con tanta pasión buscaba cada noche. Por fin sus plegarias habían sido escuchadas. Por fin volvió a contemplar esa sonrisa y él sonrió.
Cuando la niebla se retiró, ni rastro quedó de las huellas que a su paso el anciano dejó en la arena. Rastro de él tampoco había en la tranquilidad del mar. Sólo un testigo quedó de tan insólito acontecimiento. Pues sobre un banco mirando al mar reposaba una pequeña foto. Era una foto vieja, amarilleada y maltratada por el tiempo. Una foto de una pareja de ancianos que sonreía.

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