A lomos de una estrella

Ayer tuvo lugar una gran lluvia de estrellas. Despierto a horas poco habituales en mí caminaba bajo un cielo estrellado, con más capas que un ogro (o que una cebolla para los que no han visto Shrek) para combatir el penetrante frío. No hubo mucha suerte, únicamente pude contemplar dos estrellas fugaces debido a la gran contaminación lumínica y a la intensa luz de una luna muy crecida. Aún así, cuando en el cenit observe esa característica constelación con forma de W y junto a ella la constelación de andrómeda, recordé que no mucho antes una gran persona contemplaba esas mismas estrellas a miles de kilómetros de distancia. En ese momento descubrí que no importa la distancia que me separe de mis seres queridos, seguimos conectados a través de las estrellas que a todos en la noche nos guardan, vigilando nuestros sueños. Pues muchas de las estrellas que ayer en el firmamento me deleitaban con su suave resplandor probablemente en ese mismo momento también estarían cuidando a esa pequeña flor, su brillo compitiendo con el del astro lunar. En ese momento, una estrella atravesó el cielo y pedí mi deseo. Le pedí que me llevara a lomos de su estela y poder así recorrer en un momento la distancia que nos separa, y que me depositará sobre tu almohada para poder susurrarte al oído y abrazándote fuerte guardarte en tus sueños. Y cuando llegase el día yo volvería de nuevo al norte pero antes de irme te dejaría un beso acurrucado en tus labios, para que cuando despertases supieras que por esta noche estuve a tu lado.