La brisa de la mañana me acaricia con fríos dedos y me desnuda de toda preocupación que llevaba encima.
El radiante sol me envuelve en su cálido abrazo, incinerando las penas con su brillantes rayos de luz, ahuyentando las tinieblas que en mi alma se cobijaban.
El cielo azul e infinito, ahoga el dolor en su inmensidad y me arrebata sonrisas para colgarlas cual estandarte de mi ser.
Paseo perdido entre la vegetación y árboles que comienzan a probarse sus trajes de gala; verde y amarillo, naranja y rojo, marrón y dorado... Me acompañan en mi camino pintando con sus colores alegría en mi corazón.
El canto de los pájaros, el susurro del viento, la tranquilidad y el silencio se tornan la banda sonora más emotiva que para nuestras vidas pueda existir.
Otoño, una bella estación donde el paisaje se convierte en un cuadro pintado con la más exquisita gama de colores. Un hermoso día de otoño para debajo de un árbol relajarse y disfrutar de la vida sin pensar en nada más que en vivir y en gozar con todo lo que la vida nos da.
Y al llegar la tarde, la luz comienza a retroceder otorgando a mi interior ese aura de tranquilidad y reposo, mientras recostado en la silla observo las hojas caer lentamente, danzando con el viento e hipnotizando mis sentidos, arropado por un agradable cansancio y una calma indescriptible.
Sin duda un día único. Sin duda un día para sonreír y ser feliz.
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