miércoles, 22 de abril de 2015

El hombrecillo de sal

Hay una expresión que probablemente todos hemos escuchado alguna vez: encontrarse a uno mismo. Muchos pueden pensar que no es más que una tontería espiritual; sin embargo, yo creo que tendemos a pasar por nuestra vida de forma tan superficial que nunca llegamos a conocernos del todo. Lo buscamos todo fuera de nosotros, entretenimiento, satisfacción, felicidad... Buscamos de forma desesperada, sin darnos cuenta de que la fuente de todo cuanto da sentido a nuestra vida no se encuentra en el exterior, sino dentro de nosotros. En todos nosotros reside un abismo, algo enorme y difícil de comprender, algo que todos podemos sentir pero no sabemos qué es. Eso, es lo que de verdad somos. Pero hay algo muy importante a la hora de acercarse a ese abismo y llegar a entenderlo: para poder encontrarte a ti mismo, primero habrás de abandonarte.

Había una vez un hombrecillo de sal que habitaba en el desierto. Un día, cansado de la monotonía del lugar y de una vida sin aparente sentido, decidió viajar y conocer mundo. Tras una gran travesía, llena de peligro y aventuras, de alegrías y tristeza, llegó finalmente a la orilla del mar. Por primera vez en su vida contempló extasiado esa gran extensión de agua que se extendía, abarcando todo el horizonte, brillante bajo los rayos del sol. Atraído por la belleza de semejante visión, intrigado por aquella inmensidad que no podía comprender, el hombrecillo se acercó a la línea en que la blanca arena de una playa se fundía en un abrazo con las aguas en lento e hipnótico movimiento. Allí preguntó: "¿Quién eres?". El murmullo del oleaje tomó entonces fuerza y una voz profunda y poderosa le respondió: "Yo soy el Mar". "¿Qué es lo que eres?", volvió a preguntar el hombrecillo, ansioso por conocer aquel misterio que delante de su vista escapaba a su comprensión. "Yo soy el Mar", fue de nuevo la respuesta que recibió. "No entiendo", comentó confuso el hombrecillo. "Toca mis aguas y podrás comprender". Cuidadosamente el hombrecillo se acercó más a las aguas y hundió las puntas de sus dedos en ellas. Una chispa de conocimiento bailó por su mente, pero tan rápida como había aparecido volvió a desaparecer. "Sigo sin entender" murmuró más confuso aún, viendo cómo sus yemas habían sido disueltas al entrar en contacto con el mar. "Adéntrate en mis aguas, báñate en mí y entonces lo entenderás". Decidido a encontrar sus respuestas el hombrecillo comenzó a adentrarse en el agua. Cuanto más avanzaba, más cubierto quedaba por el mar, adelgazando a medida que las aguas disolvían su cuerpo. Sin embargo, poco a poco comenzaba a comprender, y lejos de asustarse avanzó con mayor resolución al encuentro de esa inmensidad que le esperaba con los brazos abiertos. Así, cuando su cuerpo era ya apenas una delgada línea, una ola cayó sobre él, cubriéndolo completamente. Y fue en ese momento, ese último instante en el que su cuerpo terminaba de disolverse en las aguas que lo cubrían, cuando lo pudo comprender: "Ahora lo entiendo... El mar... El Mar soy Yo".

Dedico este cuento a Pon, quien en tantas ocasiones me pidió que le contara uno.


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