sábado, 24 de septiembre de 2011

El placer de la lectura

Puede que todavía no haya mencionado nada sobre ello, pero la lectura es uno de los grandes placeres en mi vida. Muchas veces no leo libros, si no que los devoro. Cuando tengo una buena historia entre mis manos el mundo en el que vivimos deja de existir y mientras mis ojos recorren cada palabra escrita sobre el papel me dedico en cuerpo y alma a la lectura, asistiendo como privilegiado espectador desde el interior mismo de la historia, imaginación convertida en realidad. El tiempo se para y solamente deseo que no se acabe el momento, seguir disfrutando sin cesar de cada página despedida y de cada página a la que saludar. Mas por una razón u otra siempre acabamos por cerrar esa puerta hacia mundos singulares y volver a nuestra realidad. Viviré, no obstante, para la siguiente vez que vuelva a descubrir la felicidad escondida entre dos tapas, para una vez más sentir el tacto del papel en mis manos y cada letra tatuada en mi retina, para volver a ser otra persona, en otro mundo, en otro tiempo.


Si he de agradecer a alguien por esta atracción hacia la lectura, sin duda ha de ser a mi querida madre. Desde que eramos pequeños siempre nos educó en el respeto y el afecto hacia los libros, siempre nos enseño el gran poder de cada historia para vivir. De ella aprendimos a amar la lectura y disfrutar sumergiéndonos en las palabras impresas, buceando entre sentimientos grabados en el papel y en nuestro corazón. Recuerdo con nostalgia esas noches en las que se colocaba en el pasillo, entre mi habitación y la de mi hermana, y con su insuperable habilidad narradora nos leía libros mientras en nuestra cama soñábamos con cada historia descubierta y deseábamos que la noche se prolongara eternamente, no tener que salir del agradable trance que su voz nos provocaba. Recuerdo los momentos en que vencido por la curiosidad y la impaciencia leía a escondidas ese libro reservado para la noche, pero igualmente disfrutaba después volviendo a escuchar la historia de toda una cuentacuentos. Momentos que probablemente no volverán, pero quedarán para siempre en mi memoria como prueba de que lo más simple puede ser lo más efectivo para ser feliz.

Hoy en día no he perdido para nada esa ansia de leer, mientras disponga de un libro que me atraiga poco podría hacerme disfrutar más que pasar el tiempo libre (y robar un poco del no libre también) leyendo. Mi problema quizás consiste en mi vagancia a la hora de buscar nuevos títulos, pues cuando no leo es más bien porque no tengo el que. Además, ahora mis perspectivas de lectura se han reducido drásticamente, ya que todo libro del que estoy rodeado se encuentra en un idioma indescifrable para mí. Siempre podré recurrir a internet, por supuesto, pero nada superará la sensación de pasar una tarde sentado en la butaca y con un buen libro entre las manos. Su tacto, su olor, nada hay como un libro. Y como dice el proverbio hindú:

Un libro abierto es un cerebro que habla
cerrado un amigo que espera
olvidado, un alma que perdona
destruido, un corazón que llora.




1 comentario:

  1. Ole! me identifico mucho con esta entrada. También tuve la suerte de tener un cuentacuentos que me enseñó el amor por la lectura. Y ahora ese amor literarop se ha convertido en drogadicción y acoso por ambas partes xDDD

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