Otro día más de trabajo en el laboratorio llega a su fin y vuelvo a casa haciendo jogging como siempre. Pero hoy el momento tiene algo especial. Es pronto pero el día está llegando a su fin, pues el sol se retira en el horizonte recogiendo sus rayos de luz. La luz disminuye y el frío aumenta, pero todavía se puede contemplar el cielo limpio, azul. En cierto momento de mi camino, entonces, contemplo un espectáculo precioso. A un lado puedo ver el sol escondiéndose en el horizonte, llevándose con el su luz y calor, tornando el blanco de los jirones de nubes en colores dorados, naranjas y rosados, enmarcados en un azul claro e intenso. Al lado contrario la oscuridad avanza lentamente ante el retroceso de su enemigo, las nubes teñidas de púrpura y violeta colorean un fondo azul oscuro y profundo. Y entre abrazos de algodón el astro lunar asoma orgulloso y radiante, conocedor de la debilidad de aquel que apaga su brillo le desafía con todo su esplendor. El más bello cuadro pintado en el firmamento, durante un segundo me estremezco ante su exquisitez.
Pero nada me atrae más que esa esfera plateada, un ojo vigilante, hermoso y humilde. Pues su luz aunque no caliente el cuerpo, acaricia y templa el alma. Pues sus rayos no alumbran tanto pero tampoco ciegan. Su resplandor me hipnotiza y me recuerda a Ella, la Luna que dejé en mi Norte. Su palidez y belleza compitiendo con la reina de la noche, Ella también es reina, pues gobierna sobre mi corazón. La luz que me guía en las tinieblas, el resplandor que cuida de mis sueños. La noche es su vestido y estrellas anidan en sus ojos. Su sonrisa una estrella fugaz, encogiendo el alma de quien la contempla. Agujero negro su boca, invitando a perderme en su inmensidad. Fría su piel, bebiendo del calor de mis sentimientos.
Toda la exposicion se torna increiblemente sabia y romantica es impresionante.
ResponderEliminar