lunes, 6 de marzo de 2017

El pequeño búho

Dedicado a mi estrellita del Sur.

¿Cómo nace una estrella? ¿De dónde vienen? ¿Qué misterios guardan tras su brillo? Esas preguntas y muchas otras pasaban continuamente por la cabeza de un pequeño búho que se pasaba todas las noches contemplando el firmamento nocturno habitado por mil estrellas. Todas y cada una de ellas eran viejas conocidas del pequeño búho, fieles compañeras que lo arropaban con su brillo noche tras noche. Aún cuando las nubes ocultaran el cielo, él nunca dejaba de percibir su presencia.
Fue siendo muy jovencito cuando el pequeño búho empezó a sentirse fascinado por el cielo estrellado. Mientras los demás búhos se afanaban en sus tareas, él no podía evitar alzar la vista y quedarse extasiado ante tan hermoso espectáculo. Sus más jóvenes compañeros se reían y burlaban de él, insistiéndole en que dejase de perder el tiempo con algo tan aburrido y que se dedicara a disfrutar más de los juegos, como el resto. Los búhos más ancianos también arremetían contra él, acusándole de soñador y holgazán, instándole a dejar de perder el tiempo con tonterías fuera de su alcance para dedicarse a la caza y a las demás tareas prácticas que todo búho que se precie debe realizar.
Al principio, temeroso de las críticas del resto, el pequeño búho trataba de comportarse como sus demás compañeros. Pero, de vez en cuando, no podía evitar alzar la vista y sumergirse en la luz estelar. Una luz que invitaba a la contemplación. Una luz que invitaba a la atención. Una luz que invitaba a la reflexión. Y poco a poco, el pequeño búho dejó de esforzarse tanto en imitar acciones vacías de significado, de dejarse influenciar por opiniones vacuas y comenzó a cambio a dejarse llevar por lo que desde dentro le llenaba.
Así, mientras el resto de compañeros se afanaban en jugar, cazar y en otros quehaceres “propios de los búhos”, como dirían los más ancianos, el pequeño búho se acomodaba cada noche en la rama más alta del árbol más alto y observaba con atención y reverencia el cielo estrellado, abriéndose a la inmensidad de un conmovedor espectáculo que escapaba de su comprensión, anhelando aprehender el misterio que noche tras noche se presentaba ante él. Hasta que una noche, algo sucedió.
Era una noche oscura. Un manto de nubes cubría el firmamento, pero el pequeño búho se erguía una vez más fiel en su atalaya, conocedor de que la luz de las estrellas seguía brillando más allá de las nubes que las ocultaban. Y en un momento, sin motivo aparente, sin razón, algo surgió en él. Un deseo, un desafío, una convicción. Con la vista fija en la oscuridad, como si observara algo invisible para los demás, desplegó las alas y comenzó a volar.
Voló y voló, sin descanso, siempre hacia arriba. Pronto dejó atrás los sonidos de la foresta, sumergiéndose en el silencio y la oscuridad más absolutas. Pero siguió ascendiendo, siempre con un rumbo fijo. El tiempo pasaba, el frío atenazaba cada vez más y el cansancio comenzó a hacer mella en él. Pero lejos de rendirse el pequeño búho siguió ascendiendo, empujado por un fuego interno que rugía con fuerza. Y cuando la flaqueza amenazaba con apoderarse de su cuerpo, cuando la convicción empezaba a dejar paso a la desesperación, entonces alcanzó el manto de nubes y se sumergió en él.
Inicialmente sorprendido y desorientado, pronto comprendió, y con energías renovadas redobló el ritmo dirigiéndose hacia la luz que se empezaba a vislumbrar más allá de las nubes. Pero, tan cerca como estaba de su ansiado objetivo, las fuerzas le empezaron a fallar. Cuanto más se acercaba más difícil era continuar. Las alas le pesaban, la respiración se le entrecortaba y el fuego que le había alimentado parecía apagarse rápidamente, consumiéndose junto con él. Tan cerca, y a la vez tan lejos. Casi al alcance de su pico, pero incapaz de continuar. Y cuando parecía que no lo iba a conseguir, cuando la conciencia comenzó a abandonar su cuerpo y las tinieblas invadieron su interior… Con un último esfuerzo titánico batió sus alas una vez más, logrando salir por fin de entre las nubes. Y su cuerpo exhausto, inerte y vacío, fue entonces envuelto por una radiante luz, fue llenado por un imparable torrente de serenidad y paz.
¿Cómo nace una estrella? ¿De dónde vienen? ¿Qué misterios guardan tras su brillo? No son preguntas que el resto de búhos se haga. Ya suelen decir los ancianos: si vives mirando al cielo, no verás los ratones que corretean por el suelo. Si alguno de los compañeros del pequeño búho fue consciente de su marcha, pronto se olvidaron. Siguieron viviendo como viven los búhos, noche tras noche con la vista fija en el suelo. Indiferentes al firmamento nocturno habitado por mil y una estrellas.

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