sábado, 9 de noviembre de 2013

Escribir

Tan sumergidos en la era digital muchos hemos olvidado ya el papel y el lápiz sustituidos por la pantalla y el teclado. Confieso que tiene sus ventajas, quizás especialmente a la hora de corregir los errores y retocar lo escrito. Además, es la única manera de poder plasmar nuestros pensamientos por todas estas redes de las que a veces quizás abusamos. Lejos queda esa época en que los sueños viajaban dentro de sobres sellados, en los que se abría el buzón con anhelo y esperanza de poder encontrar una sorpresa en su interior. Pero no, nunca se olvidarán esos momentos en que bolígrafo en mano dotábamos de sentidos a una simple hoja de papel, nunca olvidaremos la agradable sensación de contemplar esas delgadas líneas entrelazándose en una hermosa danza en las que las palabras bailan al son del ritmo que marca nuestro pulso. Esos borrones y tachones, las manchas de tipex... La importancia de no equivocarse, la preocupación por realizar un trabajo limpio y pulcro. Y por supuesto ese toque personal que tiene la caligrafía de cada persona, en contraste con la aburrida letra digital que en todas partes podemos hoy en día observar.

Es en estos momentos, tras tanto tiempo de nuevo empuñando bolígrafo y papel, escribiendo bajo la cálida luz de una lámpara de mesilla, cuando redescubro una vez más la pasión por la escritura. Es en este momento cuando una agradable sensación me invade al frotar mis doloridos dedos mientras observo cómo mis pensamientos van tomando forma línea tras línea, cómo poco a poco el papel toma vida con los sentimientos que mi mano va dictando. Es en este momento en el que me doy cuenta de lo mucho que me gusta realmente escribir, especialmente si se hace a mano. Un teclado es muy cómodo, pero... ¿quién no ha sentido nunca el poder que transmite un lápiz, un bolígrafo, una pluma? ¿Quién no ha sentido nunca esa sensación de expectación al enfrentarse a una hoja en blanco? ¿Quién no ha sentido nunca la satisfacción de rematar su obra con un punto y final?






martes, 5 de noviembre de 2013

Ojos azules

Atrapado por esos ojos azules
Encadenado a la prisión de su mirada
Inmensa como el cielo, profunda como el océano
Bálsamo para mi mente atormentada

No sabía que un corazón roto pudiera latir con tanta fuerza
No pensaba que quedara espacio en mi alma para un nuevo sueño
Pero parece que no importan los fracasos, las decepciones, la frustración
El Amor no duerme, jamás nos abandonará la ilusión


domingo, 3 de noviembre de 2013

Bailar

¿Qué tendrá la música? ¿Qué es lo que hace que al escucharla comencemos a respirar sus notas, llenando los pulmones con ese sonido puro y melódico, vibraciones armónicas que viajan hasta el corazón y desde ahí se bombean hacia todos y cada uno de los rincones de nuestro cuerpo? ¿Por qué un insoportable hormigueo se apodera de nuestras extremidades y nuestros músculos comienzan a arder? ¿Qué misteriosa razón obliga a nuestro pie a marcar el ritmo de la melodía, mientras comenzamos a mover las manos dirigiendo una orquesta invisible? ¿Por qué los ojos se cierran, el mundo a nuestro alrededor desaparece y sólo quedan la música y un cuerpo deseoso de liberarse y bailar?

Si hay una pareja eterna, esa es la que forman la música y el baile. No importa donde te encuentres, en todo lugar de la tierra existen ambas en una estrecha comunión que evidencia un rasgo innato del espíritu humano: la búsqueda de libertad. Pues eso es bailar, ser libre de prejuicios y ataduras, dejar volar el cuerpo y el espíritu, sumergirse en la belleza de la música y fluir por el espacio y el tiempo en un momento que dura un segundo y a la vez una eternidad.

En muchas pistas de baile se pueden ver multitud de personas quietas, sentadas, con esa mirada brillante que denota entusiasmo pero sin atreverse a dar el paso y salir a bailar. Se esconden tras excusas, "estoy cansado" o "no sé bailar", pero en el fondo saben que simplemente tienen miedo: miedo al ridículo, a ser señalado por los demás, miedo a lo que piense el resto... Lo sé, porque así he sido yo. Anhelando poder responder a las ansias de mi cuerpo por dejarme llevar, pero demasiado encadenado por mis miedos como para hacerlo. Y entonces llega, una persona a la que no puedes decir que no te saca a la pista y te encuentras de repente en ese espacio que es tu sueño y a la vez tu pesadilla. Realizas pequeños movimientos por no llamar la atención, sin quedarte quieto pero sin dejarte llevar en exceso. Y poco a poco notas como ese deseo reprimido durante tanto tiempo comienza a romper las barreras de tu prisión. Al principio apenas se nota, tan sólo aumentas de una manera discreta el ritmo de esos discretos movimientos que te atreves a hacer. Pero poco a poco el deseo se libera y la música se apodera de cada rincón de ti. El mundo desaparece, las cadenas se rompen y antes de que te des cuenta estás bailando con todas tus ganas, sin miedos ni inhibiciones, volando libre por la pista de baile.

Entonces lo entiendes, entonces lo sientes. Bailar es volar por ese cielo que tanto anhelaste, es ser libre para soñar sin impedimentos, es ser feliz sin necesitar razones para ello. ¿Por qué negarte el placer entonces? ¿Por qué esperar a que sean otros los que rompan las cadenas que te atan sacándote a bailar? ¿Por qué no ser tú quien por una vez salga de esa barrera en la que te escondes, permitiéndote por fin disfrutar de la vida sin inhibiciones sin sentido? No tengas miedo, baila y sueña. Al fin y al cabo, como dijo Sabina: bailar es soñar con los pies.

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